Eduardo van der Kooy
Si se
calibra el modo y el contenido del discurso de Cristina, podría advertirse la
bronca que causó la derrota. La
Presidenta destacó el reciente endeudamiento que se hizo a
una tasa de casi 9%. Kenya pagó algo menos del 6%.
Hizo
falta otra cadena nacional de Cristina Fernández para que el kirchnerismo
pudiera dejar atrás –o al menos intentara– el papelón por la derrota electoral
en las primarias de Capital. El lunes, un eterno paréntesis para ellos, se
habló casi tanto en el mundillo político y en las redes sociales de la victoria
del PRO y la consolidación de Mauricio Macri como de esa celebración
esperpéntica e inexplicable organizada cerca del Obelisco por La Cámpora.
¿Se
refirió la Presidenta
a aquella caída del domingo? Ni la mencionó. Pero colocó sobre la escena toda
la batería argumental de esta época que, por los resultados a la vista, parece
ir perdiendo consistencia y vigor. Describió el actual progreso argentino, por
ejemplo, a partir de que muchos argentinos consumirían ahora más salchichas y
jamón. Responsabilizó a los fondos buitre por todas las denuncias de corrupción
en su contra. También por las que envuelven a funcionarios del Gobierno.
Arremetió contra la
Corte Suprema , después de que la semana pasada los cuatro
jueces declararan sin validez la designación de un listado de conjueces que los
K hicieron sin respetar los mecanismos de la Constitución. Omitiendo
los dos tercios necesarios. Para concretar esa acción, la mandataria no tuvo
más remedio que violar los habituales ninguneos sobre la inseguridad y el
narcotráfico. Ordenó también al ministro Axel Kicillof a concurrir a la Asamblea Anual
Ordinaria del Grupo Clarín, en representación del Estado. Cartón lleno.
Si se
calibrara adecuadamente el contenido de la agenda que desparramó Cristina en un
rato, en un modesto acto en San Martín, podría arribarse a un par de
conclusiones: que el fracaso electoral dolió mucho más de lo que enmascararon
las celebraciones; que el kirchnerismo carece de algún escudo político protector
cuando la Presidenta
desaparece.
Todo lo
que ocurrió ese anochecer del domingo tampoco respondió a un infortunio casual.
Menos todavía la presencia de los presidenciables: como soldados conscriptos
desfilaron Daniel Scioli, Florencio Randazzo y Sergio Urribarri, entre otros.
El rostro del gobernador de Buenos Aires siempre transmite la incomodidad con
mayor transparencia que los demás.
Aquel
lote de candidatos, al final, debió hacerse cargo de una pésima estrategia para
la campaña en Capital, de la cual fueron en esencia responsables la Presidenta y su hijo,
Máximo. En especial, por la nominación de Mariano Recalde como el candidato
visible. Si había algo desaconsejable para pretender seducir a los porteños fue
el encumbramiento de un dirigente de La Cámpora. Que , por otra parte, figura en las
antípodas del estilo y la personalidad de Daniel Filmus. El sociólogo, ahora
devenido en secretario de Asuntos Relativos a Malvinas, fue cosechador de
derrotas en la Ciudad
pero siempre garantizó un piso aproximado por encima de los 22 puntos.
Recalde,
con otras seis listas colectoras, ni se aproximó a tal guarismo. Filmus
acostumbró además a exhibir un tono de equilibrio. Recalde cae con frecuencia
en la onda de arrabal. Las dificultades no concluirían allí: su patrimonio de
los últimos años permanece bajo la lupa judicial, tras una denuncia de la
legisladora Graciela Ocaña.
Cristina
y Máximo se empecinaron porque quisieron contraponer a Recalde con el
latiguillo de la gestión macrista, el cual Horacio Rodríguez Larreta recita
como la Biblia. El
camporista administra Aerolíneas Argentinas. Pero más allá de los millones que
gasta en la promoción de las presuntas virtudes de la empresa su administración
es muy floja, con erogaciones difíciles de justificar.
En el
fondo de ese fracaso habría otras dos razones estructurales. La Cámpora es la única
herramienta en la que confía Cristina. Pero no resulta competitiva. Se apreció
también en Santa Fe y Mendoza. Para colmo, la Presidenta tampoco ha
demostrado un olfato fino para la unción de representantes. Fuera de La Cámpora , alguna vez apostó
por Amado Boudou para la vicepresidencia o Gabriel Mariotto para la
vicegobernación de Buenos Aires. Así le fue. Esa falta de puntería, en verdad,
sería una tranquilidad para Scioli. Hoy no avizora ninguna sombra seria en la
interna que se avecina en el FPV. Cualquier atrevimiento de Cristina, en ese
sentido, chocaría con dos limitaciones: su insensibilidad y la falta objetiva
de tiempo. Claro que, aún con esas dificultades, podría terminar rodeando al
gobernador de Buenos Aires de laderos en la fórmula y en las listas de
diputados que en lugar de atraer votos, los espanten.
La
reaparición de Cristina –la semana anterior estuvo en Rusia– pareció signada
por la necesidad de retomar una iniciativa política que después del domingo
había quedado en la vereda de la oposición. Sobre todo, la de Macri. Esa
necesidad la impulsó a incurrir sin pudores en una parva de contradicciones. Su
bandera del desendeudamiento fue enrollada cuando destacó el supuesto éxito de
la colocación de bonos en el exterior que hizo Kicillof. El ministro de
Economía había expresado en esos mismos días que en el mundo escaseaban los
dólares. Fue a la caza de US$ 500 millones y se trajo otros US$ 1.000 millones.
El costo sería lo de menos.
También
estuvo el capítulo contra Lorenzetti. Las críticas de Cristina contra el
titular de la Corte
Suprema la forzaron a incursionar en el terreno de la
inseguridad y el narcotráfico. Lorenzetti pidió políticas de Estado contra
ambos flagelos. La
Presidenta replicó que en lugar de dar tantos discursos
“quienes son los máximos responsables del Poder Judicial deberían brindar
mayores recursos y empleados” a los juzgados ocupados en esa tarea.
El enojo
pudo tener otros trasfondos. Lorenzetti reiteró que los jueces “están para
ponerle límites” a los gobierno de turno. Ese fue el concepto que predominó en la Corte para tumbar la semana
pasada la maniobra que los K pensaban pergeñar con los conjueces. Habría algo
más: la Presidenta
sospecha que el titular de la
Corte pudo haber influido en el fallo de la Cámara de Casación, que dos
por votos contra uno, rechazó la recusación de Claudio Bonadio en la causa
Hotesur. Se trata de la empresa que administra una cadena hotelera en El
Calafate de la familia Kirchner. Hay documentación que implicaría a Máximo
Kirchner.
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